"...Mientras el tiempo les robaba la suerte, Julián hacía cuanto era necesario para estar cerca de Penélope. Jacinta le ayudaba, por ver feliz a Penélope, por mantener viva aquella luz. Julián, por su parte, sentía que la inocencia casual del inicio se desvanecía y era necesario empezar a sacrificar terreno. Así empezó a mentir a don Ricardo sobre sus planes de futuro, a exhibir un entusiasmo de cartón para un porvenir en la banca y en las finanzas, a fingir un afecto y un apego por Jorge Aldaya que no sentía para justificar su presencia casi constante en la casa de la avenida del Tibidabo, a decir sólo aquello que sabía que los demás deseaban oírle decir, a ler sus miradas y sus anhelos, a encerrar la honestidad y la sinceridad en el calabozo de las imprudencias, a sentir que vendía su alma a trozos, y a temer que si algún día llegaba a merecer a Penélope, no quedaría ya nada del Julián que la había visto por primera vez.
A veces Julián se despertaba al alba, ardiendo de rabia, deseoso de declararle al mundo sus verdaderos sentimientos, de encarar a don Ricardo Aldaya y decirle que no sentía interés alguno por su fortuna, sus barajas de futuro y su compañía, que tan sólo deseaba a su hija Penélope y que pensaba llevarla tan lejos como pudiera de aquel mundo vacío y amortajado en el que la había apresado.
La luz del día disipaba su coraje."

La sombra del viento,                                
                                 Carlos Ruíz Zafón.

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