Una de las cosas buenas de tener un blog que nadie lee, es que no te importa lo que piensen los demás sobre lo que escribes en él. Además, puedes publicar lo que te apetezca y sin ataduras de ningún tipo y, bueno, si llega algún día a leer las entradas, supongo que será demasiado tarde incluso para dar explicaciones.
Por ello, y porque hoy me siento generosa, os voy a relatar (es curioso cómo sigo escribiendo en segunda persona del plural, cuando estoy casi segura de que sería más adecuado guiarlo hacia la segunda del singular) cómo me siento últimamente y cómo voy mandando todo poco a poco a la deriva.

Tenéis suerte los que sabéis qué os espera el próximo mes de septiembre. En cambio, yo no sé qué voy a estudiar aún (si no me admiten el 4 en la uni tendré que presentarme de nuevo a subir nota en selectividad... y esperar más y más listas de adjudicación), cuándo empiezo y ni si voy a tener que mudarme o seguiré estudiando aquí. Y lo cierto es que no me preocupa la idea, a pesar de desear enormemente marcharme de esta morgue y no poder más esperando, día tras día, cada vez que me levanto y cada vez que me acuesto, a que suceda algo nuevo. El problema central está en que no sé qué quiero estudiar, en qué quiero trabajar ni qué quiero ser. Sé que quiero cambiar radicalmente, pero no sé a qué. Típica duda de adolescente, supongo,aunque envidio a aquellos que viven sin más y no se preocupan nunca por su futuro. Por desgracia, yo tengo la obsesión de mi futuro gravada a fuego, y ahora no sé ni lo que quiero hacer dentro de dos semanas. Al menos espero que se cumpla lo que dice Galeano (que a propósito, está hospitalizado... mucha fuerza): Si me caí, es porque estaba caminando. Y caminar vale la pena, aunque te caigas.
Cuando era pequeña, los profesores y familiares me decían: "Tienes que trabajar y hacer lo que te guste".

Me gusta escribir. Y lo cierto es que es lo único que se me da bien y para lo que sirvo. Pero, ¿quién vive de palabras? La mayoría están manipuladas por otras manos.
Eso es lo que realmente quiero. Escribir. No quiero sentirme obligada a dar las noticias de tal o cual forma según me ordenen, no quiero tener que irme del maldito país porque los de arriba lo jodieron y no quiero tener que manipular a editoriales para poder publicar algo en castellano y que no apuesten por mí. Nadie ha apostado nunca por mí, ni siquiera mis padres y ni siquiera yo misma (precisamente porque ellos nunca apostaron).
Quiero escribir. Y quiero ganar dinero para hacer todo lo que he dicho y más, porque por desgracia el dinero sí puede comprar la felicidad.
Pero en mi caso, la felicidad tan sólo puedo conseguirla con palabras.
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