Breve anécdota sobre James Joyce...

(...) Si el Gran Mandamiento es «lee mucho y escribe mucho» (y te aseguroque sí), ¿cuánto es escribir mucho? Evidentemente, depende del escritor. Una de mis anécdotas favoritas (y que debe de pertenecer al mito, más que a la realidad) tiene como protagonista a James Joyce.3 Dicen que fue a verlo un amigo y encontró al gran hombre medio caído sobre el escritorio, en una postura de desesperación total.
—¿Qué te pasa, James? —le preguntó el amigo—. ¿Es por el trabajo?
Joyce hizo un gesto de aquiescencia sin levantar la cabeza para mirarlo. Claro que era el trabajo. ¿Podía haber otra razón?
—¿Hoy cuántas palabras has hecho? —prosiguió el amigo.
Joyce (desesperado, echado aún de bruces en el escritorio) dijo:
—Siete.
—¿Siete? Pero James... ¡Si está muy bien, al menos para ti!
—Sí —dijo Joyce, decidiéndose a levantar la cabeza—, supongo... ¡Pero es que no sé en qué orden van!

En el otro extremo hay escritores como Anthony Trollope, autor de verdaderos mamotretos (buen ejemplo es Can You forgive Her?—¿Puedes perdonarla?—, que para el público moderno podría cambiarse de titulo: ¿Puedes acabarlo de alguna manera?) que se sacaba de la manga con asombrosa regularidad. Trabajaba en el servicio británico de correos (invento suyo fueron los buzones rojos que hay por todo el país), pero cada mañana, antes de salir de casa, escribía dos horas y media. Su horario era férreo. Si el final de las dos horas y media lo pillaba a media frase, la dejaba sin terminar hasta la mañana siguiente; y si remataba alguno de sus tochos de seiscientas páginas faltando un cuarto de hora para el final de la sesión, escribía «FIN», apartaba el manuscrito y empezaba el libro siguiente.


Mientras escribo, Stephen King.

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